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Mi marido ni tan siquiera sospecha de mí en lo más mínimo, que alguien mas me la empuja adentro y me saca los ojos de las corneas

Me aburría estando sola en casa, ya que mi marido es un adicto al trabajo por lo que casi no me toma en cuenta, además acostumbra a dejarme sola por varios días por atender sus negocios.

Todo comenzó un día que él apresuradamente mi esposo salió de viaje, y me llamó desde el aeropuerto indicándome que no iba a venir a casa a cenar, y que regresaría probablemente al siguiente día en horas de la noche.

Por lo que me puse mis lentes de contacto verdes, mi peluca castaña clara, y un vestidito rojo, que a mi marido nunca termina de gustarle, que yo lo usé, con la idea de irme a divertir en alguno de los hoteles de lujo.

Apenas entré en el hotel, conocí a un caballero que sin perder tiempo me invitó a bailar, no sé en qué estaba pensando en esos momentos, que sin pensarlo mucho acepté su invitación.

Al entrar al salón de baile, la verdad es que la impresión que me dio fue buena, y apenas entramos, prácticamente nos pusimos a bailar, cosa que yo no hacía desde hace algún tiempo.

No sé a ciencia cierta, en qué momento comenzó a decirme tantas cosas lindas, que al poco rato ambos nos besábamos intensamente, al mismo tiempo que bailábamos.

Para mí era como una locura, lo que yo estaba haciendo, pero me sentía tan y tan bien entre sus brazos, sintiendo el calor de su cuerpo, pegado al mío, que cuando una de sus manos se deslizó, por dentro del escote de la espalda, hasta que llegó a mis nalgas, no opuse la menor resistencia.

A medida que seguimos bailando, poco me importó lo que pensara o dijeran las otras personas presentes, al fin y al cabo, no conocía a nadie.

Por lo que sus avances y caricias, para nada me incomodaron, es más hubo un momento en el que nos encontrábamos besándonos en la mesa, en que yo misma abrí mis piernas y dejé que sus dedos explorasen descaradamente mi propio coño.

En ese momento me preguntó, si deseaba acompañarlo a su apartamento, que se encontraba al otro lado de la ciudad, o si prefería que fuéramos a mi casa, ya que nos quedaba más cerca.

Desde luego que preferí ir a mi casa, aun a sabiendas de lo que él al igual que yo deseaba, y esperaba.

Una vez dentro de mi casa, en medio de la sala seguimos besándonos ardientemente, en cierto momento saqué una botella de vino y nos la seguimos bebiendo, a medida que, entre sus besos y caricias, así como por arte de magia, me quedé sin nada de ropa puesta.

Lo cierto es que él soltó el broche de la espalda, y yo dejé que el vestidito rojo se me deslizase hasta la alfombra de la sala.

Entre besos, y caricias por todo mi cuerpo, él me quitó el resto de mis prendas, hasta que yo quedé sin nada, fue cuando me propuso que fuéramos a mi dormitorio.

Lo cierto es que me sentía tan segura, que le dije que sí, ya en la cama, mi acompañante me sorprendió al dirigir su rostro, directamente a mi coño, sin inhibición alguna comenzó primero por besarlo suavemente, y poco a poco fui sintiendo su lengua acariciando mi clítoris.

Yo pensaba decirle que eso no era necesario que lo hiciera, pero el sentir su caliente aliento chocando con la piel de mi vulva, su lengua y labios en pleno contacto con mi carne, me volví loca.

Jamás en mi vida mi propio marido, y ninguno de mis anteriores novios, me habían hecho eso. Por un buen rato él hizo delicias con su boca, en mi coño, al punto que no pude contenerme y disfruté de un húmedo y abundante orgasmo, como nunca lo había disfrutado.

Al abrir mis ojos, lo vi cómo se incorporaba y se terminaba de quitar su ropa, su velludo y bien formado cuerpo me impresionó, y cuando bajé la mirada a su miembro, quedé boquiabierta, era prácticamente el doble del tamaño que el de mi marido.

A medida que me comenzó a penetrar, fui disfrutando de cada centímetro que se iba hundiendo dentro de mis carnes.

Yo comencé a mover mis caderas, como nunca antes lo había hecho, y también a diferencia de mi marido, mi amante comenzó a apretarme con fuerza contra su velludo cuerpo, pero pasado unos pocos minutos, él continuaba penetrándome como si recién comenzara, con mucho ímpetu y vigor.

En esos instantes, pensé brevemente en mi marido, y hasta me llegué a cuestionar, ¿cómo era posible que yo le estuviese siendo infiel, con un perfecto desconocido? y para colmo en nuestra propia cama.

Pero el placer que me producía era tal, que de la misma manera en que comencé a pensar en el pendejo de mi esposo, lo que deseaba intensamente era que mi amante me continuase dando verga, de la misma manera en que aún lo estaba haciendo.

Yo no podía creer lo que me sucedía, me hizo cambiar de posición, y yo desesperada por complacerlo le obedecía hasta el más mínimo detalle.

En cierto momento me dijo que me pusiera en cuatro, y ni tan siquiera lo dude por un segundo, a pesar de que en infinidad de ocasiones le había negado ese mismo placer a mi propio marido.

El ser penetrada por el culo, fue toda una nueva y diferente experiencia, máxime como ya les comenté, nunca había dejado que mi marido lo hiciera.

Fue una mezcla entre dolor y placer que, aunque se me saltaron las lágrimas, por el dolor, poco a poco el placer que fui sintiendo fue mucho mayor, tanto que yo restregaba mi culo contra su cuerpo, buscando un mayor placer.

Mientras que él salvajemente introdujo una de sus manos dentro de mi coño, haciendo que yo me sintiera como nunca antes me había sentido al momento de tener una relación con mi esposo.

Lo increíble para mí de él, era lo mucho que había durado sin llegar a venirse, yo parecía una muñeca de trapo entre sus brazos, haciendo con mi cuerpo lo que a él se le antojaba, cambiando de posición una y otra vez, hasta que finalmente extrayendo su verga de mi coño.

Luego me agarró por la peluca con tal fuerza que me la arrancó, pero de inmediato sin detenerse a pensar en lo sucedido, me agarró por mi propio cabello, y dirigió mi rostro contra su verga, la que sin demora me dediqué a mamar salvajemente, hasta que sentí que mi boca y garganta se llenaba de su caliente semen, que salía de su verga.

Yo quedé hecha todo un guiñapo, pero extremadamente satisfecha, mi amante entró al baño se dio una ducha, pero antes de marcharse me pidió que nos volviéramos a ver.

Lo acompañé hasta el garaje, tal y como me encontraba completamente desnuda, y desde luego que le dije que sí, pero como ya yo le había dicho que era casada, él entendió que debía esperar la ocasión.

Es cierto que durante los siguientes días sentí un complejo de culpa tremendo, pero nada más en pensar en la vitalidad de mi amante, dejé de pensar tonterías.

Por buena suerte mi esposo volvió a salir de viaje, durante varias semanas estuvo quedándose en casa prácticamente un día sí y otro no, momentos que yo aprovechaba para encontrarme con mi amante, mayormente en algún bar o restaurante para luego finalizar acostándonos en mi propia cama.

Aunque es cierto que en esos instantes disfrutaba como una loca, de todo lo que él me estaba haciendo, ya que me penetraban, me ponían a mamar o me mamaban mi coño salvajemente.

Lo cierto es que en el fondo mi situación, no me agradaba para nada, pero en la realidad yo me sentía como si fuera su esclava sexual, ya que le obedecía ciegamente, todas sus peticiones o simples insinuaciones o comentarios, que me hacía, sin ningún tipo de respeto, ni consideración a mí persona.

Por lo que tomé la decisión de terminar con él, claro que no de un solo golpe, simplemente comencé por ir espaciando nuestros encuentros, hasta que finalmente los suspendí.

A todas estas, mi marido ni tan siquiera sospecha de mí en lo más mínimo, ya habiendo dejado de ver a mi examante aun estando mi esposo en casa, un lunes me entraron unas ganas locas de agarrar calle, o sea de salir a bailar, pero esa era una de las cosas que primero llueve para arriba, antes de que mi esposo me saque a bailar, y mucho menos dejar que yo salga sola.

Por lo que después de la cena, como es nuestra costumbre, le serví una taza de chocolate caliente, solo que lo aderecé con varias pastillas para dormir, las cuales molí hasta hacerlas polvo, y después se las puse en su chocolate.

Él ni cuenta se dio de la pequeña diferencia de sabor, por lo que como a eso de las diez de la noche ya estaba metiéndose en la cama.

Yo más rápido que inmediatamente, me cambié de ropa, me puse mi peluca y mis lentes de contacto.

En esa salida estando mi marido en casa, fue un jueves en la noche, y en lugar de ir a un pub, decidí ir a uno de los mejores hoteles, ya que por lo general las personas que se encuentran en la barra, son huéspedes, que se alojan en el hotel, lo que me permitiría conocer a alguien que, debido a eso, que no me iba a estar fastidiando una y otra vez.

De esa manera conocí a un comerciante chino en viaje de negocios, aunque evidentemente era extranjero, su manera de hablar no le delataba, por lo contrario, daba la impresión de que fuera un criollo, descendiente de chinos, él tuvo la paciencia de esperar un buen rato a mi lado, hasta que después de una corta conversación, le confesé que mi esposo jamás vendría, por lo que él sin dejar de ocultar su alegría, me invitó a bailar.

Resultó ser un estupendo bailarín, además de todo un caballero, quien no realizó ningún avance, hasta que yo me le insinué ligeramente.

Después de eso, las cosas cambiaron, para bien de manera total. Esa noche terminé acostándome con el chino en la cama de su suite, y quizás sea idea mía, pero si mi examante tenía la capacidad de aguantarse por un buen rato las ganas de venirse, el chino prácticamente no paraba, haciendo que yo disfrutase de un sin número de múltiples orgasmos en su compañía.

Lo más especial de todo fue que al momento de marcharme, me hizo entrega de un paquete de dinero, que me dejó boquiabierta.

En otras palabras, me dijo puta, y lo mejor de todo fue que me sentí fantásticamente bien sobre todo al momento en que lo pude contar mientras bajaba en el ascensor.

En otras ocasiones salí con otros extranjeros, con resultados similares, no con cantidades tan abultadas, pero si lo suficientemente buenas como para despreciarlas.

Pero no se cran que todo ha sido un cuento de hadas, he pasado mis sustos, por lo que actualmente decidí esperar a que mi esposo salga de viaje, para yo salir a divertirme.